Dámaso Santos Amestoy, retrato intermitente
por Antonio Ruiz Vega

Dámaso Santos Amestoy

           En Madrid, y como del rayo, se nos ha muerto Santos Amestoy... y, debería añadir, y yo mismo no me siento demasiado bien. De hecho escribo la presente desde el lecho del dolor donde me recupero de los estragos del aftermath de Dragolandia.

            Suponiendo que esto fuera una necrológica, género en el que, a mi edad, más vale comenzar a entrenarse, debería figurar aquí una biografía elogiosa del finado. Me disculparán de ello, seguro que en estos días aparecerán algunas bien documentadas. Escribo lejos de mis papeles...

            No puedo recordar cómo conocí a Dámaso, quizá porque siempre estuvo ahí, a medio camino entre Madrid y Soria, donde poco a poco sus raíces familiares iban desflecándose, pero sí que formaba parte del paisaje cultural soriano cuando yo advine a él (habría que explicar que tal cosa existió, aunque hoy parezca increíble).

            Finales de los setenta. Aparece un suplemento literario del diario PUEBLO donde el padre de Dámaso (habría que explicar que fue director de LABOR, explicar qué fue LABOR, que escribió el poemario Una tarde en el Mirón, o el impagable libro De la turba gentil y de los ecos, entre muchos otros, pero no voy a hacerlo. Ni tiempo,  ni ganas) nos había convocado a muchos para escribir un monográfico sobre Soria. Mi colaboración era un prodigio de ilusionada desinformación sobre el futuro de la cultura en Soria. No di ni una. No cambiaría una coma. Allí Dámaso hijo debió publicar algo. Pero al día de hoy no lo recuerdo. 

Una sorpresa

            Un día me llamó por teléfono y me dio una grata sorpresa. Por una concatenación de equívocos le había tocado presidir el jurado de la primera edición (y, casi casi, la última) de los PREMIOS NUMANCIA de Periodismo. Por lo visto los responsables de la entidad convocante, la Diputación soriana, habían buscado un jurado de lo más rancio para conseguir que el premio fuera a parar a uno o a los dos viejos dinosaurios de la prensa franquista soriana. Por razones diversas el tiro salió por la culata y tuvieron que conformarse con una infamante mención del jurado. El premio me lo llevé yo. Hablaba allí de la Sierra del Almuerzo y no tardé en fijar mi residencia a los pies de la misma. Cosas del destino. 

Hiperbólica 

            Cada uno forma su idiolecto (sic) a su albedrío y por aluvión de charlas y lecturas, pero yo sé todavía cómo a él añadí esta palabra. Poco después de lo del NUMANCIA la revista VIAJAR sacó un monográfico sobre Soria. Agavillaba una serie de interesantes artículos entre los que recuerdo uno que luego ha sido reproducido decenas de veces, firmado por Sánchez Dragó (A Soria por todas partes), u otro de Néstor Luján sobre la gastronomía provincial (glosaba, como uno de sus aciertos, la calidad de sus panes). Tanto Dámaso como yo mismo (que entonces me creía muy templario) pusimos nuestro granito de arena. Trazaba él una cariñosa descripción de la capitaleja soriana y en ella, haciéndose voces del poder de la artillería napoleónica sobre las murallas de la ciudad introducía, oportunamente, la palabra hiperbólica. Me quedé con la copla. No estaría mal reproducir aquél escrito que recuerdo bien cincelado, y del que podría decir aquello que Borges escribía de De Quincey: no he encontrado una palabra que no estuviera templada al fuego.  

La Llasa 

            Pasa una década. Me encuentro inmerso en la búsqueda de euskerismos por la provincia. Dámaso, siempre solícito, me aporta lo que cree uno La Llasa. Pasaba nuestro hombre, por razones que he olvidado, veranos de su infancia en Cigudosa y allí le sorprendió más de una crecida extemporánea del río. Los aldeanos clamaban entonces ¡ya viene la llasa!, y era una de las características de este fenómeno el provocar fuertes erosiones en el paisaje, derrubios o costurones que también recibían el mismo nombre. Ya no recuerdo si su origen era vasco o ligur, pero supo trasmitirme el temor que su invocación despertaba. No lo he olvidado. 

Uno de los nuestros

            Cuando murió su padre (con el cambio de siglo?) le dediqué un obituario algo más convencional que este, donde, no recuerdo ya si sintiéndome Martin Scorsese o Jiménez Losantos, le llamaba, cariñosamente, uno de los nuestros. No se me pregunte a estas alturas quiénes eran los nuestros. Yo me di de baja hace ya mucho, exhausto de arrojar garabitas a los gochos. Venía yo a decir que a Dámaso padre lo tenías a mano en cuanto tocabas a rebato las campanas de la cultura local, lo que era bien cierto y cabe aplicársele también al hijo. Sonará a chusco, pero inter nos¸ a nuestro hombre le llamábamos Damasín para no hacernos un lío, lo mismo que todavía alguna (p.e. Ayanta Barilli) me llama Antoñito. Qué le vamos a hacer...  

Un pueblo de diáspora

            Decía Dámaso que el soriano es un pueblo de diáspora, que así había que entenderlo y asumirlo. Y me lo decía desde su despacho en el Museo del Prado, finales de los ochenta, cuando yo trabajaba no lejos de allí, en la calle Huertas, sede de la ya extinta Radiocadena Española. Experiencia laboral que, por cierto, logró por fin lanzarme definitivamente al anonimato. Aquellas cosas, y otras de enjundia, decía nuestro hombre para las primeras páginas de nuestro común empeño editorial. La revista ABANCO, que nacía allí, entre nuestras manos, en el exilio, como corresponde y es admitido en un pueblo de diáspora. Abanco, aunque nadie lo crea, duró 16 años y 43 números. Ya lo decía Unamuno, en España, si quieres mantener algo en secreto, publícalo en forma de libro (o de revista, añadiría). Dámaso, sin embargo, creía que hay que hacer revistas y él hizo alguna otra, como CYAN, de exégesis artística, que –con la poesía- era una de sus pasiones. 

Libertad

            Yo le sabía residente en la calle Libertad, no lejos de donde el Comité Nacional de la CNT tuvo su sede, y me confirman que a la fecha de su muerte todavía vivía allí. Me parece significativo. Me apresuro a añadir que Dámaso, siempre solidario, puso a nuestra disposición gratis et amore, su experiencia periodística, dirigiendo durante años ABANCO. Tiempos en los que el periodismo era una vocación y no un sicariato muy mal pagado. En los tiempos de Radiocadena veía a Dámaso con cierta frecuencia en el café Gijón y solíamos aprovechar para poner pingando el panorama literario nacional. Luego lo he visto menos y casi siempre en Soria, pero como dijo alguien que he olvidado, lo importante en la vida, lo que cimenta una amistad, no es tomarse cafés o irse de copas, sino el hacer cosas juntos. Algunas hicimos, como llevo dicho. 

La Historia Interminable 

            En el libro homónimo de Michael Ende, la tierra de los sueños mermaba a medida que la gente dejaba de creer en ella. Aquella Soria, que venía, como la Cataluña de Espriu, de un silencio, hosco, profundo, impenetrable, y que tuvo la osadía de inventarse una tradición, un estilo y un proyecto histórico, ya apenas existe. Su territorio merma de año en año, de día en día. Yo mismo abandoné la lucha hace años. No sé si, a la hora de su muerte, Dámaso también. En cualquier caso su desaparición achica todavía más la ya escueta superficie. Pronto cabrá en el bolsillo de alguno... El proceso de chabacanización ha terminado exitosamente. Todavía no sé exactamente a quién dar la enhorabuena, son tantos…

            Dámaso merecía algo más que estas líneas. Pero sólo él podría exigírmelo. Y ya no está. 

Antonio Ruiz Vega


Santos Amestoy posa ante un cuadro de Lugrís Vadillo en la galería coruñesa Teresa Taxes.
víctor echave 

 

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