
En
Madrid, y como del rayo, se nos ha muerto Santos Amestoy...
y, debería añadir, y yo mismo no me siento demasiado bien. De hecho
escribo la presente desde el lecho del dolor donde me recupero de los
estragos del aftermath de Dragolandia.
Suponiendo que esto fuera una
necrológica, género en el que, a mi edad, más vale comenzar a
entrenarse, debería figurar aquí una biografía elogiosa del finado. Me
disculparán de ello, seguro que en estos días aparecerán algunas bien
documentadas. Escribo lejos de mis papeles...
No puedo recordar cómo conocí a Dámaso,
quizá porque siempre estuvo ahí, a medio camino entre Madrid y Soria,
donde poco a poco sus raíces familiares iban desflecándose, pero sí que
formaba parte del paisaje cultural soriano cuando yo advine a él (habría
que explicar que tal cosa existió, aunque hoy parezca increíble).
Finales de los setenta. Aparece un
suplemento literario del diario PUEBLO donde el padre de Dámaso (habría
que explicar que fue director de LABOR, explicar qué fue LABOR, que
escribió el poemario Una tarde en el Mirón, o el impagable libro
De la turba gentil y de los ecos, entre muchos otros, pero no voy
a hacerlo. Ni tiempo, ni ganas) nos había convocado a muchos para
escribir un monográfico sobre Soria. Mi colaboración era un prodigio de
ilusionada desinformación sobre el futuro de la cultura en Soria. No di
ni una. No cambiaría una coma. Allí Dámaso hijo debió publicar algo.
Pero al día de hoy no lo recuerdo.
Una sorpresa
Un día
me llamó por teléfono y me dio una grata sorpresa. Por una concatenación
de equívocos le había tocado presidir el jurado de la primera edición
(y, casi casi, la última) de los PREMIOS NUMANCIA de Periodismo. Por lo
visto los responsables de la entidad convocante, la Diputación soriana,
habían buscado un jurado de lo más rancio para conseguir que el premio
fuera a parar a uno o a los dos viejos dinosaurios de la prensa
franquista soriana. Por razones diversas el tiro salió por la culata y
tuvieron que conformarse con una infamante mención del jurado. El premio
me lo llevé yo. Hablaba allí de la Sierra del Almuerzo y no tardé en
fijar mi residencia a los pies de la misma. Cosas del destino.
Hiperbólica
Cada
uno forma su idiolecto (sic) a su albedrío y por aluvión de
charlas y lecturas, pero yo sé todavía cómo a él añadí esta palabra.
Poco después de lo del NUMANCIA la revista VIAJAR sacó un monográfico
sobre Soria. Agavillaba una serie de interesantes artículos entre los
que recuerdo uno que luego ha sido reproducido decenas de veces, firmado
por Sánchez Dragó (A Soria por todas partes), u otro de Néstor
Luján sobre la gastronomía provincial (glosaba, como uno de sus
aciertos, la calidad de sus panes). Tanto Dámaso como yo mismo (que
entonces me creía muy templario) pusimos nuestro granito de arena.
Trazaba él una cariñosa descripción de la capitaleja soriana y en ella,
haciéndose voces del poder de la artillería napoleónica sobre las
murallas de la ciudad introducía, oportunamente, la palabra
hiperbólica. Me quedé con la copla. No estaría mal reproducir aquél
escrito que recuerdo bien cincelado, y del que podría decir aquello que
Borges escribía de De Quincey: no he encontrado una palabra que no
estuviera templada al fuego.
La Llasa
Pasa una década. Me encuentro inmerso
en la búsqueda de euskerismos por la provincia. Dámaso, siempre
solícito, me aporta lo que cree uno La Llasa. Pasaba nuestro
hombre, por razones que he olvidado, veranos de su infancia en Cigudosa
y allí le sorprendió más de una crecida extemporánea del río. Los
aldeanos clamaban entonces ¡ya viene la llasa!, y era una de las
características de este fenómeno el provocar fuertes erosiones en el
paisaje, derrubios o costurones que también recibían el mismo nombre. Ya
no recuerdo si su origen era vasco o ligur, pero supo trasmitirme el
temor que su invocación despertaba. No lo he olvidado.
Uno de los nuestros
Cuando murió su padre (con el cambio de
siglo?) le dediqué un obituario algo más convencional que este, donde,
no recuerdo ya si sintiéndome Martin Scorsese o Jiménez Losantos, le
llamaba, cariñosamente, uno de los nuestros. No se me pregunte a
estas alturas quiénes eran los nuestros. Yo me di de baja hace ya
mucho, exhausto de arrojar garabitas a los gochos. Venía yo a decir que
a Dámaso padre lo tenías a mano en cuanto tocabas a rebato las campanas
de la cultura local, lo que era bien cierto y cabe aplicársele también
al hijo. Sonará a chusco, pero inter nos¸ a nuestro hombre le
llamábamos Damasín para no hacernos un lío, lo mismo que todavía
alguna (p.e. Ayanta Barilli) me llama Antoñito. Qué le vamos a
hacer...
Un pueblo de diáspora
Decía Dámaso que el soriano es un
pueblo de diáspora, que así había que entenderlo y asumirlo. Y me lo
decía desde su despacho en el Museo del Prado, finales de los ochenta,
cuando yo trabajaba no lejos de allí, en la calle Huertas, sede de la ya
extinta Radiocadena Española. Experiencia laboral que, por cierto, logró
por fin lanzarme definitivamente al anonimato. Aquellas cosas, y otras
de enjundia, decía nuestro hombre para las primeras páginas de nuestro
común empeño editorial. La revista ABANCO, que nacía allí, entre
nuestras manos, en el exilio, como corresponde y es admitido en un
pueblo de diáspora. Abanco, aunque nadie lo crea, duró 16 años y
43 números. Ya lo decía Unamuno, en España, si quieres mantener algo
en secreto, publícalo en forma de libro (o de revista, añadiría).
Dámaso, sin embargo, creía que hay que hacer revistas y él hizo
alguna otra, como CYAN, de exégesis artística, que –con la poesía- era
una de sus pasiones.
Libertad
Yo le sabía residente en la calle
Libertad, no lejos de donde el Comité Nacional de la CNT tuvo su sede, y
me confirman que a la fecha de su muerte todavía vivía allí. Me parece
significativo. Me apresuro a añadir que Dámaso, siempre solidario, puso
a nuestra disposición gratis et amore, su experiencia
periodística, dirigiendo durante años ABANCO. Tiempos en los que el
periodismo era una vocación y no un sicariato muy mal pagado. En los
tiempos de Radiocadena veía a Dámaso con cierta frecuencia en el café
Gijón y solíamos aprovechar para poner pingando el panorama literario
nacional. Luego lo he visto menos y casi siempre en Soria, pero como
dijo alguien que he olvidado, lo importante en la vida, lo que cimenta
una amistad, no es tomarse cafés o irse de copas, sino el hacer cosas
juntos. Algunas hicimos, como llevo dicho.
La Historia Interminable
En el
libro homónimo de Michael Ende, la tierra de los sueños mermaba a medida
que la gente dejaba de creer en ella. Aquella Soria, que venía, como la
Cataluña de Espriu, de un silencio, hosco, profundo, impenetrable,
y que tuvo la osadía de inventarse una tradición, un estilo y un
proyecto histórico, ya apenas existe. Su territorio merma de año en año,
de día en día. Yo mismo abandoné la lucha hace años. No sé si, a la hora
de su muerte, Dámaso también. En cualquier caso su desaparición achica
todavía más la ya escueta superficie. Pronto cabrá en el bolsillo de
alguno... El proceso de chabacanización ha terminado exitosamente.
Todavía no sé exactamente a quién dar la enhorabuena, son tantos…
Dámaso merecía algo más que estas
líneas. Pero sólo él podría exigírmelo. Y ya no está.
Antonio Ruiz Vega

Santos Amestoy posa ante un cuadro de Lugrís Vadillo en la galería
coruñesa Teresa Taxes.
víctor echave
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