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Salimos de la estación de Soria el Cañuelo. Me encanta el
traqueteo, parece Doctor Zhivago, se oye el rodar de los ejes, tracatrá, tracatrá…
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Los árboles y arbustos pasan fugaces, parece que vamos a toda
máquina.
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Atrás han quedado las naves, antiguos talleres de la estación,
destartalados, pintarrajeados, sensación de abandono y desolación.
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No sé cómo será Siberia pero no muy diferente a eso.
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Hemos pasado Navalcaballo, a nuestra izquierda, sin
parar.
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El traqueteo parecía renqueante pero ya se ha recuperado.
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Paramos en Quintana Redonda, siete antiguas puertas
tapiadas, en la de la izquierda pone “sala de espera”, desolador,
impresionante.
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A nuestro paso la vida de los animales se entorpece; ya he visto desplegar
el vuelo a un aguilucho, dos palomas y un pequeño corzo que corría
despavorido.
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Tardelcuende.
Parada, suben 4-5 personas, siete puertas-ventanas cegadas pero importantes
montones de troncos de madera de pino apilados junto a la estación
dispuestos a ser embarcados.
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Son las 5’20 horas, me parece que vamos rápido y las estaciones se suceden
sin cesar.
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Antigua resinera abandonada, con torreta inclinada y ladrillo, antes de la
estación de Matamala cerrada a cal y canto, pasamos a velocidad sin
detenernos.
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Los pinares, negrales, me decepcionan, irregulares, a manchas, entre
cultivos y arbustos, desiguales, enclenques.
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Los servicios de megafonía mejorables: ”próxima parada Almazán”.
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Granjas de cerdos en la llanura.
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Bonitas torres de Sta María, el Reloj, S. Miguel.
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Muchas amapolas en el talud de la vía, me gustan.
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Mucha gente preparada para subir.
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También bonita la estación de Almazán, tonos ocres y azulejos.
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Hemos pasado del pinar y la “oscuridad” al campo abierto, llano, cultivado,
verde, precioso, con horizontes de páramos lejanos hacia Coscurita.
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Y otro corzo en el arroyo; las cebadas están amarilleando, cambiando de
color.
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Coscurita, sin parar, cuatro puertas tapiadas y enrejadas, y
el edificio de pesar y trasvasar mercancías.
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El campo va muy adelantado, las altas temperaturas están secando las espigas
y los trigos apenas han crecido un palmo. Mal año para los labradores. El
girasol, apenas sembrado, tarda en nacer y hacerse presente.
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Estamos llegando a Adradas, a Ribas Altas, pero ya no hay
estación, fue demolida, me hubiera gustado tener un azulejo, al menos, como
recuerdo de infancia.
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Al fondo a la izquierda el Muedo, y Taroda tras una hilera de
árboles.
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Que bonitos y desolados, como Adradas, son los pueblos de piedra,
blanquecinos, confundidos con el paisaje y una hermosa torre de la iglesia
que aglutina y clama ayuda al cielo.
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A las seis menos cuarto ya vamos camino de las tierras del sur, creo que
vamos muy bien, se me hace corto y atractivo el viaje por el monte de Radona con enormes y amenazantes aerogeneradores.
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Dicen que el primitivo trazado del ferrocarril Soria-Torralba contemplaba la
construcción de un túnel que salvara los relieves del Monte de Adradas y
Cuestas de Radona, pero pronto se optó por una solución más fácil y
económica, desviando el trazado un poco hacia el este, lo suficiente para
bordear estos montes y acceder a una bonita panorámica del término llano e
inmenso de Taroda. Octavio Yagüe siempre echa en falta árboles en ese
paisaje, acaso olvida que estos páramos secos son más propicios, para
vegetación arbustiva, plantas aromáticas y usos, además de agrícolas,
apícolas y ganaderos.
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En el catastro del Marqués de la Ensenada se afirma que en el siglo XVIII
había en Taroda varios miles de cabezas de ganado lanar y hoy todavía
podemos apreciar restos de corrales y majadas en plena ruina, lo mismo que
los colmenares, a ambos lados de un cordel o cañada de merinas que
procedente de Morón de Almazán cruza el término de Taroda para luego
discurrir paralela a la vía del ferrocarril. Es posible que alguno de esos
corrales o majadas hayan formado parte o reutilizado materiales provenientes
de un antiguo despoblado que según Gonzalo Martínez Díez existía en el
paraje Juncos Albos, junto a la cañada y a la vía férrea.
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En Radona la vía describe un gran arco, envuelve el pueblo hacia el oeste
para salvar Medinaceli e irse hacia Miño por donde estuvo prevista
inicialmente la vía hacia Aragón.
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Tierras pobres, pedregosas, con los majuelos florecidos, tierras de rebaños
de ovejas y ganado lanar en épocas pasadas; también las aliagas, pequeñas,
apegadas al suelo, están florecidas, amarillas.
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Y un corzo, más grande, cruza saltando el campo de trigo.
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También siete puertas cegadas en Miño de Medinaceli, y
antiguos edificios altos, comerciales, abandonados.
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Al pie de la roca ¿Conquezuela? Y sus oquedades rupestres.
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Desde Almazán el tren traquetea pero no hemos parado. Las tierras rojizas,
con los cielos plomizos y los trigos verdes están preciosas como los pintó
el artista soriano Ulises Blanco.
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Estamos llegando a Torralba, a estas tierras altas, peladas, divisorias
hidrográficas, algunos arbustos quieren repoblar los cerros pelados.
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Torralba,
abandono, tejados sin tejas, naves con arbustos, puertas cerradas, paredes
con grafitis, un viajero baja, vamos a entrar en el túnel.
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Ya estamos en él.
©
Carmen Sancho de Francisco
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