Quienes vivimos en
zonas rurales nos hemos acostumbrado al monte, como lo hemos hecho al
sol y a la luna, no tanto los urbanitas, que lo vislumbran como algo
exótico a donde poder acudir de vez en cuando. Y sin embargo, tanto para
unos como para los otros, el monte es tan fundamental como el sol y el
agua. En Soria, cuando se han dado cuatro zancadas para salir de la
capital en cualquier dirección, nos encontramos con el monte, y los
sorianos, desde siempre, y pese a haberse acostumbrado a él como algo
que forma parte de sus vidas y de sus haciendas, saben muy bien el valor
de esos espacios que ocupan casi trescientas cuarenta mil hectáreas de
su término.
Y digo de sus
haciendas, porque más allá de la agricultura y de la ganadería –que
también- ha sido en el monte, con técnicas de silvicultura o sin ellas,
donde han encontrado los recursos necesarios para el día a día, para
vivir, en definitiva.
Esos espacios
exóticos para los urbanitas –en algunas capitales han de coger número
como en las carnicerías para pasar unas horas entre los árboles- han
producido, en el mundo rural, casi todo en lo que se ha basado su
economía. Para empezar la leña, directamente cortada de las ramas de los
árboles y llevada a la estufa o a la lumbre baja, o bien en forma de
cisco o de carbón, actividad esta del cisco, que todavía, cada año,
rememoran en Las Cuevas de Soria, y que siguen llevándola a cabo
cisqueros que fueron, lo cual indica que hasta hace unos treinta años la
gente se calentaba de esta forma.
Directamente
derivado de la madera, árboles enteros eran manufacturados en sierras de
agua, también sobre los ríos que descienden por los montes, para
construir, troncos o maderas que, a través de los ríos, los primeros, y
transportados por las carretas las segundas, recorrían primero las
Castillas y después toda España. Los carreteros pasaban una parte de su
vida por los caminos y la otra en el bosque, porque además de
transportar, trabajaban la madera, ellos y sus mujeres, y hacían
gamellas, gamellones, y otros utensilios que vendían en mercados de los
grandes pueblos, sobre todo de Soria y Burgos. Y elaboraban la pez con
gran esfuerzo, que servía, especialmente, para calafatear las
embarcaciones.
El monte, los
montes, fueron hasta bien mediado el siglo XX, espacios donde coincidían
rebaños de trashumantes en ruta hacia las dehesas de invierno, o de
vuelta a los pastos sorianos. Rebaños de cabras que limpiaban el monte,
de ovejas semiestabuladas, y de reses vacunas para carne. Fueron los
montes, y siguen siéndolo, el hábitat de las abejas. En su subsuelo
crece la trufa, de sus laderas se conseguía la piedra y el barro para
hacer los utensilios, tanto para los trabajos como para la vida
familiar. Se hacían hornos para extraer la cal. Durante muchos años, los
pinos se mostraban con macetas de barro donde, gotas a gota, se dejaba
caer la resina.
En la actualidad, la
caza y la pesca, que también se da en los montes, ha quedado relegada a
actividad deportiva, pero no olvidemos que sirvió de base a la
aportación proteínica en el mundo rural. De paso, se iban recolectando
frutos de la tierra, hongos, setas, espárragos, collejas, té de risco,
manzanilla, o las bellotas que dejaban los animales.
Directamente, los
habitantes de zonas boscosas de pinares, han recibido lo que se denomina
aprovechamientos forestales (no sé si en la actualidad esta cantidad
será muy significativa), pero en tiempos tuvo mucha importancia. Esto
provocó a veces enfrentamientos sobre cómo acometer la tala de pinos, si
entresaca o matarrasa, y aumentó la necesidad de cuidar el monte como
algo propio, que lo era realmente, aunque en honor a la verdad, y en
general, los sorianos, hayan o no recibido directamente dinero contante
y sonante del bosque, lo han cuidado como si de su propia casa se
tratara. Recuerdo un reportaje a nivel nacional donde se ponía como
ejemplo la zona de Pinares de Soria-Burgos, en cuanto a su gestión y a
su cuidado, que daba como fruto la casi ausencia de incendios.
De todas aquellas
viejas y venerables actividades, todavía, en Soria, quedan algunas. La
manufactura de la madera, la recolección de la trufa, la importante
industria melera, la caza y la pesca, parece que se vuelve la vista a la
extracción de la resina, el pasto para animales. Otras están perdidas, o
sólo se las recuerda en programaciones de carácter etnográfico.
Pues bien, este
hábitat de todos, se ve ahora amenazado, en especial uno de los recursos
que les quedan a los sorianos, o sea, la recolección de setas y hongos,
especialmente el níscalo.
Y no porque las
autoridades competentes dejen de empeñarse en proteger los montes y el
fruto de ellos llegado el otoño, que lo hacen, en épocas pasadas incluso
demasiado, plantado pinos por las sierras del Norte y cargándose los
pastos. Hay que reconocer que se empeñan, aquí y ahora, en proteger el
bosque. Y los sorianos y residentes también, porque sabemos el valor que
tiene, lo conocemos y todo aquello que se conoce o se ama o se odia, y
el monte se ama. Es difícil que los sorianos desobedezcamos la orden de
no encender fuego, difícil también que ocupemos, sin previa
autorización, los refugios, o que acampemos donde nos plazca, aunque en
este caso se haga el juego a la empresa privada. Si vamos con comida y
bebida, llevamos una bolsa donde depositar los restos para no dejar los
bosques empuercados. Si vamos a buscar hongos, o la seta que sea,
previamente hemos pagado los cuarenta euros por temporada, o los cinco
por dos días. Recolectamos la seta con mimo, por supuesto, no pasamos el
rastrillo, y vamos enseñando a nuestros niños, como antes nos enseñaron
a nosotros, cómo se hacen las cosas, y qué no debe hacerse. Todo en
general y para la mayoría, que cafres hay en todos los sitios.
La amenaza a uno de los
pocos recursos que van quedando en Soria, llega de la mano y la poca
conciencia y la poca educación de aquellos que no conocen, ni aman, ni
sienten el monte como suyo, y que además, como auténticos vándalos, entran
en casa ajena sin ningún tacto ni vergüenza, a destrozar todo lo que se ha
conservado durante siglos y siglos, a destruir el trabajo de generaciones. Y
me da igual que sean del Este que del Oeste, también me la bufa el color, la
religión y el sexo. La ley es la ley y su desconocimiento no implica que
dejan de cumplirla. No me refiero sólo a ley publicada en el BOE, sino a
aquella más fuerte que las otras, la de las costumbres de un pueblo y, cómo
no, la del sentido común.
Por eso, porque no se
puede destruir en diez años lo que ha costado mil y ya no volvería a
recomponerse nunca, hay que apoyar todas las acciones que se lleven a cabo
para acabar con esta barbarie, venga de donde venga, sin complejos. Ayer me
decía mi hija que algunos restaurantes pagan a grupos de vándalos (con
perdón de los vándalos, es una forma de hablar) para que les lleven todos
los hongos posibles. Pues a ellos habrá también que aplicarles la ley, que
para eso está.
©
del texto: Isabel Goig
©
de las fotos: Leonor Lahoz
Volver a A pie por
Soria
Y aún hay más en otras Webs sorianas, inténtalo con el
|