Gumersindo
García Berlanga
Mientras discurre el
verano en la casa alquilada en Quintana Redonda, rodeada de familia,
surge algún día de asueto, aquellos en que la pequeña Yaiza está bajo la
protección de la abuela Anita. El viernes, 16 de julio fue uno de ellos.
Enfrascada, cuando
las circunstancias lo permiten, en el trabajo sobre la Trashumancia,
puse rumbo por la mañana temprano a Alcuneza (Guadalajara), uno de los
embarcaderos elegidos por los trashumantes sorianos en su discurrir
hacia los pastos de extremo.
Nada mejor para
otear esa zona, que acudir a mi buen amigo Gumersindo García Berlanga,
Gumer, residente en Alpanseque, quien ha ejercido el secretariado
durante años, en los ayuntamientos de la zona, y ha administrado las
haciendas de nobles Figueroas y Romanones desde hace lustros, encargo
heredado de su padre. El propio Gumer posee un hermoso huerto en Horna,
junto al nacimiento del río Henares, al pie mismo de la Sierra Ministra.
Seguimos carreteras
locales y comarcales, bien asfaltadas, por donde apenas hay circulación,
de las que me gustan, viendo los árboles de ribera, el sembrado ya casi
todo recolectado, y los bosquecillos de carrasca. Este año, gracias a
las abundantes lluvias de la primavera, todo se muestra menos agostado
que otros.
Pasamos por
Sigüenza, la bien cantada, con el ánimo algo encogido por el recuerdo de
otros días que finalizaban en el parador, entre doseles de camas
medievales, con un maravilloso duendecillo convertido en cenizas hace
veinticinco años.
Discurrimos por
pueblos donde tal vez se produjeran roces entre los todopoderosos
Medinaceli y el no menos obispado de Sigüenza. Alcuneza es un
pueblecillo muy parecido a cualquiera de los del Sur de Soria, con
apenas cincuenta personas viviendo en él. Me dice Gumer que se hacían
tejas y otros productos de la arcilla, ahora ya no, como en Soria.
Señorea el caserío una alta chimenea que debe pertenecer a esa antigua
industria. En su término hubo salinas que, según Gumer, funcionaron
hasta hace unos cincuenta años. Podría ser que estas salinas proveyeran
a los trashumantes de sal antes de embarcar.
Lo más interesante
de Alcuneza, en la actualidad, es el antiguo molino recuperado para
hotel. Funcionó hasta hace pocos años, pero ya se sabe que la modernidad
arrasa con todo, y ahora la sala de molturación y todas las demás
dependencias, han pasado a hacer las delicias de clientes que pasan sus
vacaciones entre jardín, spa y buen condumio, a dos pasos de la
monumental Sigüenza.
En Horna, donde el
huerto de Gumer, han restaurado la torre del reloj de sol. Frente a
ella, la iglesia se halla medio arruinada. La arcada que da entrada está
en el suelo, pero se mantiene una preciosa puerta con herrajes muy
antiguos.
Con prontitud se
entra en la provincia de Soria, por Torralba del Moral, donde una
residencia de ancianos es cuidada por miembros de la orden religiosa
propiciada por la vidente Amparo Cuevas. Nos hemos parado unos
kilómetros más adelante a tomar unas cervezas, en el sitio más bonito y
fresco que he visto en toda Soria: el nacimiento del arroyo de La
Mentirosa, en Ambrona, considerado uno de los orígenes del río Jalón.
Ambrona
Hace casi veinte
años lo visité por primera vez. Era un lugar agreste y agradable. Podría
pensarse que, como sucede con frecuencia, la adecuación del entorno lo
hubiera estropeado, pero no ha sido así. El nacimiento del arroyo se
une, a pocos metros, al que forma los dos grandes caños canalizados
hasta la fuente, y siguen juntos por arroyuelos hasta discurrir por
debajo de un puentecillo de madera y buscar otros, aguas abajo, que
forman el Jalón. Algo alejado, bajo una arboleda, han instalado mesas y
cocinas que en nada entorpecen el discurrir del agua, y a un lado, un
chiringuito, de nombre Los Álamos, donde puede tomarse unas cervezas
bien frescas a precio de teleclub. Un verdadero reducto de frescor, en
medio del secarral desértico que es el Sur de Soria.
Quise entrar en Yelo
a saludar a Pedro, visita obligada. Gumer me dio la mala noticia de que
había fallecido unos meses atrás. Entramos para saludar a su viuda, una
joven mujer que le alivió los últimos cinco años de su vida haciéndole
perder, a los ochenta años, su recalcitrante soltería. Carmen se llama.
De aquella tienda de Pedro no queda absolutamente nada, sólo el espacio
donde Carmen ha hecho un bar-casa de comidas completamente nuevo. Es el
signo de los tiempos. No hay congrio seco, ni gallinas picoteando en la
parte de afuera, ni sacos de legumbres y pimentón, ni aquella barra de
madera donde los clientes tomaban un vaso de recio vino.
Hasta la próxima
©
Isabel Goig
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