Corría el año 1990. Había
descubierto por entonces un hermoso pueblo de Pinares, Talveila de nombre.
Talveila
Tomás Torroba
era, y sigue siendo, el alcalde, un hombre muy preocupado por su pueblo. Aquel día ya
lejano estaba interesada en conocer los dos ríos que recorren el término. Tomás, como
siempre, se mostró dispuesto a caminar conmigo lo que hiciera falta. Se nos unió
Eugenio, su padre, antiguo empleado de ICONA. Eugenio, como tantos de nuestros ancianos,
ya está muerto. Por aquel entonces había sobrepasado los ochenta años. Pero qué
ochenta años.
Recorrer un monte es una aventura. Hacerlo por la comarca de Pinares y con personas que lo
conocen es una experiencia que recomendamos llevar a cabo alguna vez. En Pinares Altos, a
cuya zona pertenece Talveila, se halla el bosque mejor cuidado que pueda conocerse. De
verdad. Y eso tiene una explicación convincente a la primera. Gracias a ese extenso pinar
y a los privilegios reales concedidos y ratificados una y otra vez, se mantiene estable la
población en una provincia que se estremece cada vez que el Instituto de Estadística
decide contarnos. Aquí, en Soria, casi pueden hacerlo uno a uno. Estos privilegios les
llegó a los pinariegos por mor de un antiguo oficio, el de la Carretería. Y estos
privilegios deciden que cada año se repartan entre los vecinos los "aprovechamientos
forestales", es decir, el producto de la venta de la madera de los pinos.
No recuerdo en qué estación decidí visitar las fuentes y los ríos de Talveila. Da
igual en aquella zona, siempre que no sea invierno, por la nieve, pues la vegetación es
perenne y el bosque se halla vestido todo el año. Y el sotobosque también. El sotobosque
del pinar soriano se halla poblado, en abundancia, por helechos con forma de encaje de
bolillos. Cuando el sol atraviesa las copas de los enormes pinos y en tímidos rayos se
deja caer sobre los helechos, forma una combinado de luz y sombras que es necesario mirar
de lado y a la altura de los helechos para captar la enorme alfombra de encaje. Y debajo
de los helechos, y alrededor de los troncos de los pinos, se turnan para ocupar su espacio
las distintas clases de riquísimos y cotizados hongos con las coloristas y venenosas
amanitas.
En "Peña Valondo", al Este, en dirección Muriel Viejo, nace el río Marina.
Del Norte, en monte comunal con Cabrejas del Pinar, lo hace el Castillejo. Pero importa
poco donde se ubica la primera resurgencia de cualquier río de Pinares. En esta zona
existe poca roca caliza. El suelo se halla muy abonado por la abundancia de agua y la
putrefacción de las pequeñas hojas de los pinos, "las pinchas". Por eso el
curso de los ríos no se halla bien delimitado, perdiéndose en trampales, formando, junto
con la vegetación, la turba, antaño utilizada como combustible.
Ambos ríos van formando como un embudo desde sus respectivos nacimientos. Se van
alimentando de numerosas fuentecillas o arroyuelos. Estas fuentes, a su vez, sirven para,
canalizadas, formar merenderos donde los vecinos y veraneantes puedan disfrutar de comidas
y meriendas durante el verano. Así la fuente "Cubilla-Herreros", próxima a las
piscinas municipales y a un paraje de acampada autorizada. Me extrañé al ver unos
fregaderos de acero con grifos. "Para que puedan fregar cómodamente los platos. Y
las mesas, durante el invierno, se retiran y se guardan en los almacenes municipales para
evitar el deterioro". Me aclaró Eugenio.
Ese embudo que
los ríos van formando se cierra en el centro del caserío de Talveila. A partir de ahí,
uno sólo, con el nombre de Chico, discurrirá hasta desembocar en el río Ucero. Primero
ha regado los términos de Cantalucia y Aylagas y, una vez en el Ucero, colaborará con
sus aguas a formar el Cañón del Río Lobos.
Yo no sé si las personas que leen estas rutas se sienten tan fascinadas como yo por los
ríos. Si es así, les aconsejo que se detengan a mirar el agua transparente de los dos
pequeños cauces juntándose, mezclándose como uno solo, saltando
Al fondo,
contemplando el rito, puede verse la formación, ahora sí caliza, de las estribaciones de
la mítica sierra de la Demanda. Tan poco bravos, tan domesticados a su paso por las
calles, pero a la vez tan veloces, como si quisieran pasar de puntillas por la
civilización para perderse de nuevo por entre los bosques, su hábitat natural.
Antes de abandonar Talveila pidan a alguien que les indiquen el camino de la hermosa
dehesa donde pastan las vacas y donde podrá contemplar un magnífico robledal que da
nombre al paraje.
Nada hay que decir de las casas, porque será lo primero que llame la atención del
visitante. Esa es la típica construcción de Pinares, la mejor conservada de toda la
comarca.
Si todavía viviera Eugenio le llevaría a ver a la señora María, me parece que tampoco
vive ya. Mantenía una casita como gallinero digna de ser conservada como patrimonio
etnológico. Pero seguro que Tomás, el hijo de Eugenio Torroba, si está en Talveila, le
acompañará gustoso.