Siempre queda el amor.
La familiaridad en la
Comarca de TIERRAS ALTAS , por su enclave de estos pueblos alejados del Noreste
de la provincia limítrofe con la Rioja un lugar inaccesible, rodeado de montañas
entre el Pico del Moncayo, el Puerto de Piqueras, el Puerto de Oncala, se sitúa
la Sierra del Alba , Peña Isalsa, Sierra de la Alcarama hacen de esta historia real en los
años 50 por carreteras sin asfaltar, sendas de pastores, caminos de
cabras, cañadas reales, callejas milenarias, un lugar bellísimo, en la
MANCOMUNIDAD DE SAN PEDRO MANRIQUE, de veinticinco pueblos, que lo
conforman.
Este paraje une desde Soria por la carretera
de Arnedo a Calahorra, La Rioja pasando por Oncala, hasta San Pedro Marique un
bus llamado EXCLUSIVA, aún hoy existe que gestiona la Empresa Jiménez, entonces,
los vehículos propios eran muy escasos; los taxis inaccesibles para familias
humildes, de campesinos y pastores.
Manolo se quedo huérfano de padre, con 12
años en Agosto de 1939, al cargo de sus hermanas y su madre viuda; la vida le
hizo hombre de repente, con el dolor por la pérdida de un tratante y ganadero en
la comarca. Este hecho marco su vida. Aunque podría haber ido a la capital de la
provincia para estudiar en la Banca, la responsabilidad de estar al frente de la
familia por ser el hermano mayor. Por eso se decidió que fuera a estudiar el
hermano menor. Aún así, su sed de conocimiento le hacía que buscara cualquier
momento donde se comía los libros, en la pocilga a la luz del candil, cuando
estaba por parir alguna cerda, haciendo veladas largas, con los mocos negros en
sus narices.
Las juergas para estos niñ@s y jóvenes del
lugar era atravesar la sierra para encontrarse con otros de su edad, en San
Roque, con las alpargatas de cáñamo escondidas en la aliaga, para el viaje de
vuelta a su pueblo y los zapatos en la mano para bailar; se ponían las mejores
galas, o la ropa del hermano heredada remendada y limpia para ir a la fiesta
patronal. Así esperaban año tras año, con gozo e ilusión, después de la trilla y
la cosecha del cereal, de las duras jornadas que la vida les había encomendado,
bebían cocha, se ponían alegres y las travesuras era quitar a los parientes de
la tía Teófila, o de la tía Paz, un rosquillo, un chorizo, ordeñar una cabra
para hacer chocolate, o una botella de moscatel. Esas pillerías al trasnocho,
las comentaban después con las familias con grandes risas, se tronchaban, a mi
me cogieron esto, a mi lo otro, decían las tías al día siguiente, porque les
oían cencerrear, desde la cama, sabían porque eran sus hijos, o sus sobrinos,
los que con pillería, se convirtió en una tradición, sin maldad. Se amenizaban
las fiestas y verbenas con lo que tenían; a Manolo se le daba bien tocar de
oído, con cualquier instrumento, contentos bajaban la sierra del Ave María abajo
desde la dehesa de Matasejún a su pueblo natal de madrugada, daba igual que al
alba se iniciara la jornada de trabajo sin dormir y después a la escuela, tenían
que relacionarse y compartir con los primos , amigos, vecinos y conocidos, sobre
todo con las mozas, para casarse, les hacia sobrellevar la carga de tareas del
campo, duras de temperaturas extremas, hielos, etc, entre los juegos ,la música,
era habitual escuchar por cualquier esquina o pieza lo que iban canturreando por
todas las callejas tras acarrear la paja, como en cualquier pueblo del entorno.
Manolo de San Andrés y Fernando de Matasejún
siempre se llevaron bien desde pequeños, les unía una mente abierta y lúcida,
supieron reconocerse como amigos, familia y más adelante el instinto como
comerciantes, tratantes, como sus antepasados. La gozaban juntos.
Los años después de la guerra, los niños-
adolescentes, iban al molino del Collado, con yegua, a por grano, escondidos,
porque venía la requisa, se llevaba lo que pillaba de cada casa y hacían guardia
en los puestos con la molinera, así que tenían que ser espabilados y llevar los
sacos al lomo del animal, devuelta al pueblo natal para poder comer el pan
horneado cada semana, a reo vecino, pues de lo contrario la bronca, podía ser
descomunal por Florentina Ridruejo Martinez, viuda de gran carácter se hacía
respetar, con muchos hijos que alimentar.
Aquella época de posguerra estaba el país
Español saliendo del carburo y el Candil de aceite en la mayoría de los pueblos
de Castilla-León, lucían los candelabros con las velas, en las mesillas y
rincones de nuestras casas, esas palmatorias de cobre o vela naranja enrollada
que vendían en las tiendas del lugar, ese era gasto imprescindible. Hoy pagamos
por el impuesto del recibo de la luz.
Ya casados Fernando y Manuel se vuelven a
unir en la ciudad de Soria donde viven, entre los años 1957-58. La ciencia, la
inquietud y el descubrimiento de la luz eléctrica, les fortalece más la amistad
como compañeros en la misma profesión. Manolo con sed de sabiduría se compraba
los fascículos de la enciclopedia El Monitor por correo, valían 100 pesetas casi
un sueldo de entonces, para saber todo lo publicado y relacionado con su puesto
de trabajo.
De Tierras Altas salieron los electricistas
más majos de la comarca:
Fueron El Boni, de Sarnago, que aún vive, El
Fernando Martínez Mainez de Matasejún, El Paco de San Pedro Manrique, el Manolo,
de San Andrés de San Pedro, estos tres últimos fallecidos y otros que aun viven
con 92 años, en San Pedro. De la quinta de Antonio, Andrés, José viven, este
último, decía: “Hace poco Los Sorianos siempre sabíamos donde vivían nuestros
paisanos, en Madrid, teníamos morriña, pero nos relacionábamos frecuentemente,
eso nos daba mucha alegría, saber unos de otros.
Fueron los artífices entre capataces y peones
quienes dieron e instalaron la luz eléctrica en nuestros hogares, les contrato
Ayuso empresario de la ciudad, en la calle La Mesta cerca de la plaza de toros,
donde nosotros vivíamos en la calle San Benito, esa tienda llena de cables y
herramientas, con un olor especial a motor a transformador imprescindible para
trabajar en Aragón, en nuestra provincia Soriana, en Monasterios, Iglesias,
comercios, colegios, bancos y casas particulares.
Con gran cantidad de avatares, e inclemencias
del tiempo, obstáculos como rocas, riscos, ribazos y montañas, sorteando ríos,
iban poniendo tendidos y líneas de tensión con sus postes de luz, casetas de
referencia como transformadores , los diferenciales y objetos de cristal verde
entre sus cables, todo ello les llevaba esfuerzo, tesón, coraje, fuerza,
destreza y mucha profesionalidad, también peligro, alejados de sus familias a
diario, en pos de un bien común a favor del progreso. Estos electricistas, entre
ellos conocidos desde la infancia y familia, en algunos casos, todos ellos
formaron la cuadrilla de” Los chispas” que quisieron afrontar este reto, se
criaron con la nieve, y mal tiempo, la vida les llevo a sobrevivir mientras sus
padres y abuelos cuando eran niños adoptaban figura de responsabilidad mientras
como trashumantes estaban en Extremadura o Andalucía a cargo de la agricultura y
ganadería, situaciones de hombres sin serlo, para ayudar a las madres que se
habían quedado solas, por eso los eligieron, o se auto-eligieron, valientes,
honrados e ilusionados, formaron parte con orgullo de la historia de la sombra a
la luz de nuestros pueblos españoles.
Esos temporales de antes dejaban
incomunicados durante semanas los accesos a los lugares de población, o iba la
quitanieves, que eran escasas, o los hombres en la mayoría de las ocasiones,
salían a los caminos con las palas, a por agua a la fuente y eran todos a una
como Fuenteovejuna, por las ovejas, por las caballerías, que les llevaban a los
mercados y Feriales y de otros pueblos que venían a vender. Habitualmente, El
Ireneo de Oncala , el Agustín de la Honoria (El huevero) de San Pedro . Menos
mal que echaban los chorizos en aceite, el lomo, el escabeche, tenían buenas
matanzas, el huerto de invierno, despensas y graneros a poder ser de reserva,
cuando se quedaban aislados. Siempre había algo que comprar que les faltaba, el
aceite, el vino, el jabón de tocador, las velas, que compraba mi padre de la
tienda de su primo Fernando en Matasejun en fin de semana; los tenderos que se
desplazaban como “El Motores” desde San Pedro Manrique, en burro a 10 Km de San
Andrés, se ausentaban, aunque Fernando en Matasejún siempre tenía abierto aun en
fiesta, ante cualquier llamada siempre solícito, tenia ultramarinos y de todo,
ese olor, lo tengo impregnado, esa imagen de sus ojos azules, su sonrisa y su
amabilidad de buena gente.
Con aquellos días de invierno y las grandes
nevadas, la luz se hacía imprescindible, estos trabajadores amigos y en el caso
de Manolo y Fernando eran familia por partida doble se entendían a la perfección
eran mentalidades avanzadas y luchadoras para aquella época, nada les amilanaba;
iban frecuentemente a saludarse , cambiar impresiones y a recordar viejos
tiempos de mozos y de adultos, les recuerdo a los dos por caminos sin asfaltar
en nuestros pueblos, los primeros en la zona en comprar coche, cuatro caballos,
cuatro latas gris azulado de Manolo y el de Fernando color crema con el suyo;
valoraban tanto el progreso, sobre ruedas porque las pasaron canutas haciendo Km
por andurriales de pueblos sin acceso hoy abandonados. Con aquellas tormentas,
la luz como objetivo necesario de calidad de vida , les llevaba fuere como
fuere, a lanzarse a las inclemencias del tiempo, la nieve, hasta las rodillas,
por los ribazos o en caballería atravesaban ventiscas, celliscas, pasándolas
moradas, de frio, sin elementos de ropas como las actuales, guantes adecuados,
siempre me parecían héroes al regresar a casa. Por el cansancio, los domingos se
quedaba mi padre hasta las 12h en la cama, respetando el sueño, sin hacer ruido,
decía mi madre Patrocinio, para que repusiera energía. La familia era su motor,
la naturaleza y Dios, que tantas veces decía que sentía su mano de protección en
situaciones de peligro, como tantas penurias pasaron y riesgos de quedar casi
fritos con las líneas que reposaban en la nieve. Aun así como instaladores de
prestigio en la zona, eran queridos, generosos y altruistas. Era el teléfono,
instalado muchos años antes que la luz eléctrica, tenían centralita en cada
pueblo, el ayuntamiento y cuatro vecinos más, entre ellos mi abuelo Felix
Ridruejo la forma de comunicarse, cuando la luz se iba que era a menudo; les
llamaban para levantar cualquier poste de alta tensión, dar luz al transformador
subir el diferencial y detectar donde había sido el corte eléctrico, sin
jornadas, sin horarios, ellos lo hacían gustosos, y satisfechos, aunque fuera en
fiesta o Domingo, siempre solidarios, con gran gesto de entrega y olvidándose de
sí mismos, les unía “la luz” llamaban entre Fernando y Manolo para reconstruir
las averías, buscando soluciones; el poder del amor hacia otros, a sus familias,
con esfuerzo desinteresado, se sentían en la obligación por saber más y haber
sido pioneros. Tardaron tiempo en poner la luz en sus pueblos de nacimiento, que
era lo que más deseaban, aunque se anteponía la contrata de la empresa y el
orden del proyecto y peonadas, en los enclaves de más dificultad, nuestra zona
de Tierras Altas lo era, aun así llego con alegría.
Fernando y Manuel Jiménez Ridruejo mi padre y
varias ramas del Ridruejo desde siglos pasados, como mi madre Patrocinio
Ridruejo Martinez, allí, existía la consanguinidad, de muchas familias casadas
con primos segundos o incluso primos hermanos que pidieron dispensa a Roma como
mi bisabuelo, les resultaba cómodo por la proximidad de las familias, el
lenguaje, las tradiciones, costumbres y unir las tierras de las herencias. Ya
solo vive con 92 años muy majica la mujer de Fernando, testigo de las andanzas y
memorias.
En Matasejún les decían LOS ZORREROS, había
más familiares como el tío Francisco Ridruejo, Ciriaco Ridruejo Ortega, un largo
etc., que firmaron la fusión con el ayuntamiento de San Pedro Manrique en Mayo
de 1984 quedando como pedanía y barrio actual. Eso sí, estaban familiarmente
unidos por la epístola de motes de cada pueblo, a San Andrés, y otros pueblos
cercanos, como Sarnago, Valtajeros, Huerteles, El collado, Oncala, Navabellida,
etc. En aquella época casaban, moceaban, en las fiestas de verano, sobre todo el
Lunes de mercado en San Pedro Manrique lucían, sus mejores crías de ganado para
vender o intercambiar sacando unas perrillas en el ferial o en Yanguas.
Intercambiando saludos se relacionaban sin necesidad de periódicos para hablar
del campo, de los animales o sus familias; criar diez y hasta doce hijos era
habitual, sobre todo cuando venían los ganaderos de Extremadura. Estas grandes
familias, en la mayoría de los casos, con bocas que alimentar, a su manera,
decían y relataban que eran felices, en la plaza, al sol del frontón, jugando a
la pelota, al aro, a las tabas, al escondite, a la comba o haciendo migas.
Es el cariño, el amor, la fuerza de la sangre
de tantas ramas diferentes mezclada es la que hace que sea un lenguaje muy puro,
como así reza en el DICCIONARIO DE HABLA SORIANA, de la historiadora y
escritora Isabel Goig. Por matrimonios concertados entre familias como Dionisio
Ridruejo fruto del matrimonio de tío con sobrina, descendientes de san Andrés.
En una ocasión, en 1960 el mismo día de Noche
Buena, nuestra madre quería ir al pueblo desde Soria, a pasar la Navidad como
siempre, momentos entrañables con los abuelos y tíos. Amaneció una nevada que el
autobús de la Exclusiva, que cuando llegamos al Puerto de Oncala a 1453 m de
altura era descomunal, era difícil, volver atrás, ni seguir adelante, la
tormenta empeoraba, nos quedamos en el refugio de camineros, protegidos del
viento, nieve y frio, era mediodía, escuchamos en la radio que se avecinaba más
temporal, mi madre sentía el riesgo de tres hijas de cinco, tres, y apenas un
año y mi padre en las soluciones. Tomamos algún caldo que nos sirvió la
caminera, para entrar en calor. En un momento mi padre dejó los guantes de piel,
para llamar por teléfono a sus suegros que nos esperaban y a su amigo Fernando,
para dar aviso, sin éxito, nos esperaban con impaciencia y preocupados. Tras
muchos intentos, los teléfonos, de las centralitas estaban bloqueados, y el n 3
de teléfono del abuelo en el pueblo no contestaba; pasamos muchas horas de
angustia, y el peligro al que nos sometíamos, si seguíamos adelante 8 Km más sin
parar de nevar. Al fin localizamos a Fernando en su casa, este cuando pudo aviso
a San Andrés, que alguien bajara a buscarnos a los 5.
A la hora de partir, los guantes de mi padre
que busca estaban desaparecidos. Él, con mucho enfado, le pidió a la caminera
del Puerto de Montaña que se los entregara. Tras mi confesión en secreto que los
tenía escondidos en el baúl, ella lo negaba delante de la guardia civil y un
peón de quitanieves, abrieron el arcón y siguió diciendo que eran suyos, mi
padre y yo sabíamos que estaban marcados, como así fue, M.J.R. siempre me dijo
que lo aprendió en la mili, era difícil en esas circunstancias haber creído a
una niña. La guardia civil, nos dijo que la podíamos denunciar, por robo, a lo
que mi padre dijo, solo quiero, que le sirva de escarmiento para que nunca coja
lo que es ajeno.
Vino nuestro tío Simón con tres caballerías,
mulo tordo, yegua y caballo, menos mal que con los guantes y mantas fuimos
bajando con dificultad, pues la caballería metía en los ventisqueros las patas
hasta el pecho del animal. Nada se veía a dos pasos, con los copos en la cara,
solo la culata y el rabo del animal, en brazos de mi padre. Mi tío llevaba a
Conchita, la más pequeña con patucos, uno lo perdió, menos mal que vi cuando
caía. Afortunadamente, me oyeron y lo recogimos. Mi padre, como llevaba guantes,
objetos vitales entonces, con una mano sujetaba el ramal y con la otra a mí. Se
echaba la tarde encima, pero afortunadamente llegamos a Oncala a casa del
tendero Ireneo, que nos acogió con brasero y lumbre, una sopa caliente, más
mantas de abrigo para el camino hasta casa. Gracias a Dios, su manto también nos
protegió milagrosamente, repusimos fuerzas; mi carne y labios estaban morados y
tiritando y aún nos quedaba otros 4 km por callejas y trochas antiguas que nos
resguardaban algo más de la negra tormenta. La habilidad de los jinetes
adiestrados en tantas otras aventuras, cuando tenían que salir a buscar una
oveja perdida en esas mismas circunstancias; Pero sabían salir de atolladeros,
con destreza.
Al fin, antes de llegar al pueblo estaban los
abuelos y demás familia esperando con los brazos abiertos, llorando de alegría y
apretando nuestros cuerpos, fuertemente ,con muchísimos besos, diciendo: “¡Ay
amante!” Pensábamos que os quedabais por el camino.
El amor de madre quiso llevarnos con sus
padres y, juntos abuelos y nietos, celebramos en el hogar, el nacimiento del
Hijo de Dios, con el resto de la familia, cuando, se toma guirlache y vino
caliente, e higos, a la luz de la hoguera, cantando villancicos de alegría… ”el
camino que lleva a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió…ron, pon ,pon,
pon…”.
©
Irene Jiménez Ridruejo, 13 de julio de 2019