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La mujer
alumbró la agricultura. Convertir el grano en harina era tarea de las
trabajadoras prehistóricas, con brazos más fuertes.
El
estudio de féminas de hace 6.000 años muestra una relación entre el húmero de
los brazos y la pierna que sólo explica por una intensiva carga de trabajo en
extremidades superiores. Las poblaciones de humanas dependían fundamentalmente
de la caza y recolección.
Posible
explicación a esta fuerza de los brazos podría estar en la molienda del grano,
“cosa de mujeres".
La
antropóloga María Martiñón del University College de Londres recuerda, los
huesos son tejidos vivos que responden y se adaptan al tipo de actividad o
estímulo a los que sometemos. Las actividades físicas realizados por las mujeres
en este período han sido cruciales para el éxito de uno de los mayores hitos en
la evolución y con mayor éxito demográfico del Homo Sapiens la adopción de una
cultura agrícola y ganadera.
Cuando
está de moda la conciencia de los pueblos deshabitados en prensa y tv, quedan
poquísimas mujeres y vecinos que sigan estas faenas del campo y el hogar,
anuncian con tiempo la desertización de nuestra provincia, de otros pueblos de
España y de Europa como crónica anunciada.
En Soria
cuna de la Trashumancia, pueblos enteros, desde los años 60, los echan o se
buscaron otros horizontes, dejando sus raíces atrás, con dolor, pena y
nostalgia.
Los que
quedan, los descendientes actuales, nuestras casas y haciendas ¿qué podemos
hacer para evitar la extinción?...
Las
asociaciones, ayuntamientos, vecinos, ganaderos y agricultores si nos uniéramos
con unas directrices de una sociedad marcada por las costumbres, la educación de
siglos, tradiciones recibidas una enseñanza valiosa de forma de
vida, antropología y testigo del pasado que reflejan nuestros museos rurales
con aperos y enseres siendo para muchos de nosotros un tesoro a mostrar.
Somos
relevo de generaciones, esa responsabilidad de conocimientos nos queda, para
que la cadena de trasmisión oral , canciones populares, oficios, refranes,
recetas culinarias, se continúe adaptada a nuestros tiempos manteniendo lo
válido que nos legaron nuestros mayores , nuestros seres queridos, abuelos,
padres y demás familiares.
Tierras
Altas al situarse en montañas lejos de otras poblaciones, se casaban entre
ellos o con los pueblos de alrededor, por la endogamia mantenían puro el
lenguaje, libros vivientes. En el diccionario de Habla Soriana de Isabel y
Luisa Goig, recoge estas palabras del vocabulario, muchas están en desuso, las
recordamos en pasapalabra en la serie de tv.
Nuestras
mujeres se adaptaban a las faenas de casa, campo, y agricultura con lo que
tenían. Casi siempre mantenían lo heredado o prosperando a más. Ahora, se
abandonan los campos, yelmos sin fruto, aprovechando este hecho los
ayuntamientos lo califican de desconocidos, aumentando sus arcas.
Vivían
con muchos hijos, era duro, aunque era ayuda, más adelante. Ardua tarea para la
mujer, todo era manual, sin medios ni desarrollo rural. Aún así los primeros
electrodomésticos de los años 70 poco quitaban su dedicación por las cosechas
del huerto, los animales caseros, como despensa indispensable para los largos
inviernos.
Patrocinio como su abuela, hacía lo que su madre Teófila, se levantaba a las 6
de la mañana al despuntar el alba, para encender el fogón, la lumbre para
vestirse al calorcito en invierno, calentar la casa y el puchero con legumbre,
el caldero con patatas para los cochinos y el agua caliente para lavarse, cuando
había grandes nevadas cogían nieve del balcón porque estaban bloqueadas las
calles de grandes ventisqueros.
La
mujer, madre, niña, o abuela, llevaban los animales a los pastos cuando el
tiempo lo permitía. Siempre les echaban en la canal de madera el pienso paja o
cebada cada día.
A lavar
al río iban a mediodía, rompiendo el hielo, para poder lavar las tripas del
cerdo, o la ropa. Acarreaban el agua de la fuente, con el cántaro o botijo
diariamente.
Compraban el día de mercado o feria en S. Pedro Manrique, se desplazaban andando
o en caballería a por alpargatas, el aceite, los arenques o todo aquello que
carecían con los pocos posibles económicos.
Estos
pueblos de Castilla carecían de fuentes de calor; después de comer se reunían
al carasol, en los resguardos de la plaza, para reunirse y hacer pueblo, unas a
zurcir, coser, remendar o calceta, para el uso de prendas, muchas veces de sus
hijos mayores para los menores aprovechando, ahorrando comprar prendas nuevas.
Estaban
alegres, en las calles o callejuelas, se oía canturrear una jota o un pasodoble,
los demás de lejos continuaban la canción. Simón, cantaba a Manolo Escobar, al
acarrear las alpacas, en los huertos, en la trilla, en las siega... Ese
canturreo se ha perdido en la actualidad.
Al
atardecer jugaban chiquillos a la pelota en el frontón, a la pídola, las chapas,
cuerda, o el aro.
Las
fiestas con una botella de anís y un tambor las canciones populares las
amenizaban entre ellos, Manolo, mi padre enseguida amenizaba el jolgorio el día
de S. Andrés se repartía a todos los vecinos, cacahuetes y nueces como
extraordinario.
Aprovechaban las endrinas para hacer pacharán, con rosquillos, destinados para
el día de la Virgen del Agosto.
Las
cenas, casi siempre eran unas sopas de ajo con chorizo y un huevo con pan de
hogaza, que ellas horneaban en el horno de la plaza, una vez a la semana a reo
vecino.
La
reunión en las majadas, la última fue en casa de mi abuelo Félix en la cuadra de
los carneros, se llama el TRASNOCHO que sustituye al teleclub o centro social.
Estas
mujeres se reunían por necesidad, les permitía tener mucha relación entre las
distintas familias o familiares, se ayudaban en los consejos, la organización, o
cualquier situación siendo muy solidarias. Estas noches frías rezaban
el Rosario, jugaban a las cartas, hacían cuentas sobre la venta borregos,
recogían los huevos del gallinero, pelaban un conejo para el almuerzo
en escabeche, charlaban de sus vidas.
Ese
doble esfuerzo de meses como familia monoparental, les hacía fuertes,
reconocidas, valoradas, por ellas mismas y sus maridos. Desde el amanecer hasta
el ocaso.
Eran los
abuelos que quedaban en el lugar, los que cortaban la leña del monte de la
Dehesa.
Sacaban con ayuda de otros las cuadras de estiércol, mataban el cerdo para
Navidad.
Matriarcado que les llevaba a la resignación del triple trabajo anual que
entonces desde octubre a mayo, los pueblos se quedaban sin hombres en Castilla,
sobre todo, en la mesta Soriana
Faltando
la figura del varón que bajaban a Extremadura o Andalucía en busca de mejores
pastos para el ganado. Caminaban 38 días con caballerías, ovejas, carneros,
borregos, cabras y mastines.
Ellos
con las reses y aperos como podían guisaban potajes, migas, o asados, en sus
majadas.
Ellas la
tristeza, la soledad, la añoranza de unos brazos que aman y trabajaban, en nada
las amilanaba. Hacían de tripas, corazón como sus madres y abuelas.
En casa
del tío Cándido, el día de la matanza, con zahones, banco de madera, cuchillo
afilado, los que quedaban fuertes y hábiles en el lugar, desangraban al marrano.
Los niños de mi edad huíamos con los gruñidos estrepitosos lejos...se
churrascaban, con aliagas las cerdas, quemando la piel en la calle, incluso con
nieve y chupones de hielo desde el tejado. Orear, secar y vaciar al animal para
aprovechar, asadura, sangre y jamones para la despensa del año. Sin frigorífico
ponían en la fresquera la carne, conservando el lomo en tinajas de aceite y
otras carnes.
Achorizan aún, embutido a mano, salchichón y morcilla dulce, típica de Soria,
como manjar de postre.
Ponen a
secar en varas de avellano con buenas cachoteras, en el hogar, al calor de la
lumbre de roble o encina para su curación, que favorece las frías temperaturas.
Se
respiraba aire festivo, por la abundancia de alimentos y reunión de gente en las
casas, era más llevadero para las mujeres, todos ayudaban incluso los niños que
ayudaban a la abuela hacer guirlache en la chapa de la lumbre. Se preparaba vino
quemado dulce como una bebida especial en esas fechas.
El aseo
y el baño, al faltar el agua corriente en las casas, era en terrizos de cinc, en
palanganas, una vez a la semana, cerca del fuego. La ropa de los niños o las
gasas de los bebés se lavaban con una tabla de madera en el portal, con el
jabón casero de manteca colorá.
Sin
médico en el pueblo o cerca de él, siempre la más experta era la que más hijos
tenía, como mi abuela Florentina, ayudó a mi madre en mi nacimiento y el de
otros...
Eran
así, sacando lo mejor de cada una para los demás, diosas, magas, madres,
educadoras, pastoras, cocineras,
limpiadoras, lavanderas, costureras, agricultoras, administradoras, amas de cría, comerciantes etc.
Organización envidiable espartana, ejemplares hembras, incansables, valientes,
como pelendonas el apodo de nuestras queridas tierras altas, corajudas, eso era
el amor en cuerpo y alma a la familia. Ahora con la maquinaria, los
electrodomésticos tienen más fácil vivir en el medio rural, con todo ello sin
quitarles mérito.
Son para
mí dignas de admiración y reconocimiento que con su trabajo callado, hicieron
posible, criar familias en difíciles tiempos de guerra y posguerra en Soria de
las que poquitas quedan.
©
de las fotos, cuadros y texto: Irene Jiménez Ridruejo, 2017