José María Martínez Laseca
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Apenas
a treinta kilómetros por la carretera de Soria a Burgos se encuentra el
municipio de Abejar, abriendo el umbral de la renombrada comarca de los
pinares del Duero, junto al pantano de la Cuerda del Pozo.
Según
el historiador Bernardo de la Torre, tres barrios constituyeron
inicialmente la base de esta villa, uno el llamado Piedarfita (hoy
Piedrahita), otro era el de Nuestra Señora del Camino y el tercero
Abejar. Despoblados los dos primeros, el pueblo actual se conformaría en
torno a este último barrio -así denominado por la abundancia de abejas o
colmenas en estos parajes-, y cuya parroquia está dedicada a San Juan
Bautista y no a Nuestra Señora del Camino, como cabría suponer por
guardar esta virgen, en la ermita donde queda, resonancias de antiguas
romerías y de batallas contra los sarracenos invasores.
La
agricultura y la ganadería compaginadas con el rico sector forestal han
venido constituyendo tradicionalmente su fundamental medio de vida, lo
que justifica el pasado esplendoroso que tuvo en el lugar el oficio de
la carretería, centrado en el transporte de lanas, maderas y demás
productos naturales de la comarca hacia otros lugares del país. La vida
sencilla y pintoresca de aquellos trajineros sorianos quedaría plasmada
por la paleta de Valeriano Bécquer en el cuadro titulado "El Baile"
(bello testimonio cromático de costumbrismo local con carreta de Abejar
y ambiente de Villaciervos) (1).
EL
CARNAVAL Y EL TORO
El
mero hecho de que Abejar quede localizado en la mencionada zona
pinariega le ha posibilitado, en gran medida, un cierto equilibrio
demográfico al no padecer los efectos sangrantes de una emigración
masiva como ha ocurrido por otras comarcas sorianas. Ello ha favorecido
el que pudiera llegar hasta nuestros días, intacto, un curioso y
equívoco ritual de raigambre popular (2) cual es el cobijado bajo la
extraña denominación de "La Barrosa" (¿acaso en alusión a un bóvido de
piel oscura?).
Su
desarrollo es coincidente con el ciclo de carnaval -centrado en el
domingo de quincuagésima y lunes y martes siguientes- en contraposición
a la triste y restrictiva cuaresma. Porque el carnaval o tiempo de
excepción por excelencia, de gran significación psicológica, es casi la
representación del paganismo frente al cristianismo (3); representación
hecha tal vez en época más pagana que la nuestra, pero también más
religiosa. Y posibilita la emergencia de las transgresiones y alborozos
de la colectividad, que da rienda suelta a las emociones contenidas.
Que
para completar la función no podía faltar el protagonismo de quien juega
el papel de estrella en las jubilosas conmemoraciones de tantos pueblos
y ciudades de nuestra provincia y de España entera: el toro. Porque el
toro, varón por antonomasia, en la fiesta es un dios encarnado, un
auténtico medium entre las divinidades de la bóveda celeste y los
humanos, que habrá de salvaguardar con su pasión y muerte la
supervivencia de la tribu, garantizando la feracidad de los campos a la
par que ahuyentando el terrible fantasma de la esterilidad, máxime en
una provincia como ésta, agrícola y ganadera desde sus primeros
poblamientos.
Pero en
esta ocasión el animal totémico cobrará su presencia de forma muy
singular. No es el toro, animal de carne y hueso, sino una simulación
del mismo.
Por lo
tanto al igual que ocurre en otras mil y una localidades del solar
hispano, todos los años, al cumplirse las fechas señaladas, como es
natural, Abejar celebra sus carnavales, los que tendrán su culminación
el martes con la invocada "fiesta de la Barrosa".
DESCRIPCION
"La
Barrosa" o fingida res vacuna, está construida por un armazón de madera
de forma rectangular que sirve de soporte de una blanca sábana que lo
cubre a modo de faldón. Por los laterales se ve engalanada por cintas de
colores rojo, azul, amarillo, morados, verdes, etc., componiendo
simetrías a las que incorporan escarapelas o cachirulos de las que
penden cintas de seda también multicolores. En la parte trasera porta un
apéndice a modo de rabo y oculta media docena de cencerros. Y en el
frontal se dibuja con tira negra el rostro del bóvido, que luce otro
vistoso cachirulo en la frente, sobresaliéndole las astas, auténticas,
injertadas. En el plano superior queda una abertura, que es por donde
introduce la cabeza su porteador, que deja descansar los listones
paralelos sobre los hombros, sujetando con sus manos uno de los banzos
transversales, lo que le facilita su control.
Cabría
suponer que en algún recodo de la historia la autoridad correspondiente
prohibió el toro original vivito y coleando, por lo que, para que no se
perdiera la tradición secular, el pueblo se vio obligado a sustituirlo
por este artilugio tal y como hoy día lo conocemos.
El
manejo del citado artificio -aderezado por las mozas de la localidad en
la noche del lunes de carnaval- corresponde por derecho propio a los
mozos que en ese año han entrado en quintas, nombrándose dos entre
ellos, los denominados "barroseros". De este modo, se contaba con un
barrosero mayor y otro menor. El primero tenía la autoridad de un
alcalde durante este día.
El
atavío de los mismos es sumamente llamativo. Visten camisa y calzón
blanco con ancha faja y corbata rojas, sombrero de negro fieltro de ala
ancha y plana y copa baja, con lazo rojo y calzan botas negras de media
caña que completan unos leguis hasta casi las rodillas. Quien no
transporta "La Barrosa" lleva en su mano una fusta o zurriago con la
finalidad de espantar a los molestos y atrevidos.
TRANSCURSO DE LA FIESTA
En
el desarrollo de la fiesta podemos constatar -a efectos metodológicos-
dos partes bien diferenciadas. La primera, que transcurre por la mañana,
vendría marcada por la salida de "La Barrosa" con los dos barroseros,
para desarrollar un minucioso recorrido por todas y cada una de las
casas del pueblo, solicitando a los vecinos el donativo de rigor, que
bien puede darse en metálico o en especie, guardándose los regalos en la
cesta que lleva quien no conduce "La Barrosa", la que se irán
intercambiando ambos mozos.
A
medida que se desplazan de un lado a otro sacuden la estructura, que
emite de este modo el tintineo de sus cencerros colgantes. Es llamativo
el caso de que en esta ronda callejera, cuando se detienen ante el
acceso de alguna de las casas donde se guarda luto por el reciente
fallecimiento de algún familiar, calle respetuosamente el cencerreo (4).
Lógicamente, todo lo recaudado en el proceso servirá para posibilitar la
posterior comida comunal.El segundo de los tramos, en su complejo
desarrollo, supone para nosotros un mayor interés. Hacia las nueve de la
noche aproximadamente "La Barrosa" se verá introducida por los
barroseros en el salón de baile, donde se concentra el vecindario a los
sones de la música orquestal y donde la chiquillería disfruta lo suyo
exhibiendo la más variopinta suerte de improvisados disfraces. Da tres
vueltas ante el gentío expectante y, acto seguido, se encamina hacia el
portón de salida, en donde quedaban apostados a su espera un grupo de
cazadores que, en el instante en que asoma al exterior, disparan sus
escopetas al aire, como pretendiendo la muerte del animal.
Posteriormente, "Barrosa" y los dos quintos-iniciados caen difuntos
sobre un tablero predispuesto para dicho fin. Luego, un grupo de jóvenes
toman en hombros el tapial y trasladan los cadáveres, atravesando el
salón, hasta introducirlo en un cuartucho contiguo. Aquí vertirán
generosamente el vino sobre las víctimas, empapando a los concelebrantes
que se encuentran debajo. Concluido un breve espacio de tiempo, que
pudiéramos tildar de luctuoso, los protagonistas, jubilosos, cual
resucitados, reaparecerán nuevamente ante la comunidad.
Por
colofón a la ceremonia, sobre las once de la noche, tendrá lugar la cena
colectiva en la que mozos y autoridades comparten hermanados el jamón y
la cecina, entre otros sabrosos bocados, al tiempo que sorben de una
común vasija el vino que nombran "sangre de la Barrosa". A este
encuentro gastronómico queda terminantemente prohibida la asistencia de
las féminas.
ENTRE
LAS "VAQUILLAS"
En
el primero de los segmentos descritos se contempla el elemento de las
cuestaciones, tan acorde a la celebración de los carnavales, los que
asimismo posibilitarían el carácter irreverente que originariamente
debió de poseer esta exhibición táurica.
Abundando en esta dirección, creemos conveniente aportar unos
testimonios recogidos en otros pueblos sorianos, más o menos próximos al
de Abejar, en los que se podía constatar la presencia y participación de
estos simulacros de res. Así, según refería en 1976 el tío Agapito de
Muriel de la Fuente, en este lugar había unos carnavales bastante
típicos: "Hacíamos un perico pajas -un muñeco- y lo montábamos en una
burra y lo llevábamos a rondar por la calle. Y, además, hacíamos una
vaquilla a la que le poníamos unos cuernos de vaca y unos cencerros y
todos a correr detrás de los chicos y detrás de las mujeres" (5).
Más
explícitas aún resultan las declaraciones del señor Prudencio, vecino de
Blacos, quien narraba los hechos de la siguiente manera: "El día de
carnaval (los del reinado) la víspera, nos juntábamos, como de
costumbre, y sorteábamos las prendas para hacer un perico, osea un
espantapájaros de paja (...). Después de carnaval se quemaba. Pero en el
Ayuntamiento había una costumbre muy bonita: se sacaba a las tres de la
tarde y se daba una ronda con el perico y una vaquilla, que era dos
palos envueltos en una talega con rabo de vaca y unos cuernos y unos
cencerros. Se daba una vuelta al pueblo con las guitarras y entonces se
sacaba el baile e iba el pueblo al Ayuntamiento a merendar, y las mozas
y los mozos y mujeres estábamos en el baile. Cuando el pueblo ya había
empezado a merendar el alcalde mandaba al alguacil decir al alcalde de
los mozos que podían subir a merendar (...). Dos quintos subían el
perico y la vaquilla y daban dos vueltas alrededor del salón y dejaban
el perico y la vaquilla delante de la presidencia; y entonces se hacía
un papel como que era el editorial del perico, al ponerse lo gracioso y
lo picaresco" (6).
Idéntico posicionamiento da en adoptar Julio Caro Baroja en su artículo
"Mascaradas de invierno en España y en otras partes", ubicando "La
Barrosa" de Abejar junto a las denominadas "vaquillas" (7), de
características similares, cuya puesta en escena en tiempo de carnaval
localiza en lugares tan dispares como Los Molinos y Miraflores de la
Sierra (Madrid), Rebollar (León), Acebuche (Cáceres), San Pablo de los
Montes (Toledo), e inclusive por otros pueblos de Andalucía, Aragón y
Cataluña, sin que resten los de latitudes transoceánicas como Quito
(Ecuador) y La Paz (Bolivia).
Ya en
un trabajo anterior, también nosotros detectábamos la presencia de una
figura semejante, "A Moreira", en plena convulsión de los tan antiguos
como afamados carnavales de Laza (Orense) (8).
De otro
lado, el aludido investigador vasco insistiría en encontrar antecedentes
pretéritos a estas simulaciones de toros, las que vinculaba con la época
de las calendas de enero, en las que gentes disfrazadas de ciervo, de
ternera o de becerro, salían por las calles. Tal costumbre -añadía-
estaba extendida por el occidente de Europa, allá por los siglos IV y V
d. de J.C., y que en España era conocida. "Los cánones penitenciales
daban tres años de penitencia a los que se disfrazaban de esta suerte,
porque, sin duda lo consideraban digno de paganismo. En un concilio de
Auxeme se habla del vecolo o cervolo facere...; en otros de vetula o
vitula, etcétera. San Paciano, obispo de Barcelona entre los años 360 y
390 aproximadamente, compuso un tratado sobre esta costumbre y se
quejaba en otro del efecto contraproducente que habían tenido sus
palabras". Mucho le hubiera chocado al santo saber -concluía- que en
fechas que van de primeros de año a carnaval hay todavía bastantes
pueblos de España en que durante un día festivo sale "la vaquilla", es
decir, la vitula (9).
Aun con
todo lo visto, no quedaría suficientemente esclarecido el asunto que
aquí nos ocupa, ya que puestos a buscar referencias en el tiempo a "La
Barrosa", la cultura celtibérica -uno de cuyos documentos primordiales
sobre su vida y costumbres queda plasmado en las cerámicas polícromas de
Numancia- nos abriría nuevas expectativas al respecto (10). Así, uno de
tales vasos cerámicos (11) se muestra decorado por dos figuras
masculinas, con cuernos enfundados en sus brazos, lo que lleva a pensar
se trate de una danza ritual relacionada con alguna forma de culto al
toro.
"LA
BARROSA" Y EL "TAUROBOLIO"
Por
lo que al segundo intervalo respecta, encontramos en el mismo unas
connotaciones más profundas envueltas en una atmósfera mágico-religiosa
(12), asociándose con los cultos mistéricos a ciertas divinidades
provenientes del Mediterráneo oriental entre los que se cuentan los
tributados a Mitra y, muy especialmente, en honor de Atis.
En la
mitología indo-aria el dios más importante era el Tiempo Infinito y
Mitra el héroe que actuaba de intermediario entre él y el hombre. Se le
representaba sacrificando un toro clavándole un puñal, con lo cual daba
la inmortalidad a los iniciados. Su culto se solía celebrar en cuevas
donde ardía un fuego perpetuo.
La
antigua Roma veneraba a Mitra coincidiendo con el Solsticio de invierno
en la fiesta denominada del "nacimiento del sol".
El
sentido moral y la esperanza en una redención hicieron de tal religión
el rival más importante del cristianismo, que llegó a apropiarse de
algunas de sus creencias.
Valga
el apuntar que en el trasfondo de este tipo de fiestas parece observarse
una de las constantes de todo ritual cual es la de indicar las
vicisitudes de un personaje mítico (muerte y resurrección), lo que en
definitiva no oculta otra pretensión, inherente a toda actividad mágica,
que la de satisfacer las necesidades elementales y primarias de todo ser
viviente como las del alimento y la procreación, o lo que es lo mismo,
la supervivencia.
Abundando en ello diremos que Atis, probablemente un dios de la
vegetación, fue muy celebrado en los festivales anuales, con motivo de
la llegada de la primavera, donde se lloraba su muerte y se regocijaban
con su resurrección. Se contaba que Atis había sido un pastor o vaquero
joven y hermoso, amado por Cibeles, madre de los dioses, gran diosa
asiática de la fertilidad que tenía su morada principal en Frigia. Dos
relatos distintos circulaban acerca de su muerte; según uno de ellos le
mató un jabalí, y en el otro se contaba cómo él mismo se emasculó bajo
un pino, muriendo desangrado allí mismo. También se decía de Atis que a
su muerte fue transformado en pino.
Sea
como fuere, se guarda noticia de la festividad de Atis y Cibeles en la
antigua Roma, a finales de marzo, incorporándose en el ritual el culto
frigio del árbol sagrado. Durante el duelo por el dios-muerto los
participantes se hacían brotar la sangre con el objeto de fortalecerle
para su resurrección, que provocaba un desenfreno general y carnavalesco
ya que todos podían decir y hacer lo que les plugiese, reconfortados en
la promesa de que ellos saldrían igualmente triunfadores de la
corrupción de la tumba.
Sin
embargo, junto a estas demostraciones públicas y como más representativo
del culto tributado a Atis cabe reseñar una especie de bautismo íntimo.
Es el "taurobolio", que básicamente consistía en lo siguiente: se
colocaba al novicio o neófito en un hoyo cuya boca cubrían con un
enjaretado de madera. Sobre éste situaban a un toro adornado con
guirnaldas y la frente resplandeciente con laminillas de oro. Allí lo
mataban a lanzadas y su sangre vaheante caía a chorros por los agujeros,
siendo recibida con devoción anhelosa por el adorador, que con el cuerpo
y el vestido empapados salía del hoyo, goteando y enrojecido de pies a
cabeza, para recibir el homenaje de sus compañeros como el que ha
resucitado a la vida eterna y ha lavado todos sus pecados (13).
Y por
supuesto, que tanto la carne como la sangre del toro jugarían un papel
importante en el ceremonial. Acaso, siendo utilizados en la comida
eucarística para promover la fertilidad y activar el nuevo nacimiento
(14).
Ese "taurobolio"
o rito de iniciación apuntado, insinúa un cierto paralelismo con la
vistosa festividad de "La Barrosa" observada en Abejar, cuyo origen se
pierde en el sendero de los tiempos, por lo que sería bastante
arriesgado el aventurar por nuestra parte que el resultado de la misma
no fuera otro que el de los rituales de Mitras o Apis, que se verían
trasplantados a estos pagos en la colonización operada por medio de las
conquistadoras legiones romanas.
CONCLUSION
Con la
llegada del nuevo año, y por ende del carnaval, "La Barrosa"
comparecerá, una vez más, ante el pueblo entero de Abejar, como
expresión inequívoca de esas relaciones múltiples y misteriosas, que de
siempre han venido manteniendo los hombres y los toros.
Quienes
hasta allá se acerquen a contemplarla por sus ojos, podrán sacar sus
propias interpretaciones sobre la razón de ser de esta modesta máscara,
que unos asocian con poblaciones campesinas de antigua base económica
pastoril y que para otros, más imaginativos, comporta la pervivencia de
remotos rituales esotéricos.
A fin
de cuentas, la pretensión última de nuestras indagaciones, aquí
reflejada, no ha sido muy otra que la de dejar constancia expresa de su
existencia. Para que, aunque tan sólo sea por mero automatismo, su
fiesta continúe palpitando. Como el mismísimo pueblo que la parió; así
de sencillo.
NOTAS
(1)
CALVO, Bienvenido: Diccionario Histórico Geográfico y Económico Social
de la provincia de Soria. Gráficas Sorianas, Soria, 1965, págs. 43-52.
(2) Por esta comarca pinariega soriana se localizan elementos
tradicionales tan interesantes como "la Pinochada" (Vinuesa), danzas de
paloteo (San Leonardo y Casarejos), las "marzas" (Espejón), la
"caldereta" (Duruelo, Covaleda...), etc.
(3) MALDONADO, Luis: Religiosidad popular. Nostalgia de lo mágico
Ediciones Cristiandad, Madrid, 1975, pág. 21.
(4) De forma parecida durante "la Descubierta" en las Fiestas de San
Juan de San Pedro Manrique, los jinetes, llegados al cementerio,
detendrán momentáneamente su recorrido extramuros para, descubriéndose
la cabeza, guardar respetuosamente a sus antepasados unos minutos de
silencio.
(5) SILVIE: Las fiestas populares de la provincia de Soria. Inédito, 126
folios, 1976, pág. 34.
(6) lbídem, pág. 35.
(7) Véase "Mascaradas de invierno en España y en otras partes", en
Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, t. XIX, 1963, págs.
137-296 (incluye una fotografía de "La Barrosa" de Abejar, pág. 238).
Este artículo (salvo la introducción) quedará luego íntegramente
recogido por su autor Julio CARO BAROJA en su libro El Carnaval. Taurus,
Madrid, 1979, págs. 178-290.
(8) MARTINEZ LASECA, José María: "Del Carnaval que viene y que va", en
Revista de Folklore, nº 38, 1984, pág. 48.
(9) CARO BAROJA, Julio: "Toros y hombres... sin toreros", en Revista de
Occidente, nº 36, mayo 1984, págs. 7-26.
(10) ROMERO CARNICERO, Fernando: "Las cerámicas polícromas de Numancia",
en Revista de Arqueología, nº 21, año III, pág. 41.
(11) Idem: Las cerámicas polícromas de Numancia. C. S. I. C. Centro de
Estudios Sorianos, Valladolid, 1977, pág. 23.
(12) SANCHEZ DRAGO, Fernando: Gárgoris y Habidis. una historia mágica de
España, Libros Hiperión, Edic. Peralta, 5ª ed., julio 1979, t. II, pág.
25.
(13) FRAZER, James G.: La rama dorada. Ed. F. C. E., Madrid, 9ª reimp.,
1981, págs. 402-407.
(14) Los "quintos" fueron de siempre oficiantes de ciertos ritos o
juegos, como, por ejemplo la "ejecución de gallos". Una vez concluida
esta fiesta, celebraban una comida especial de las aves, en la que
también participaban, a modo de padrinos, otras personas, quienes
tendrían por misión la de iniciar a los jóvenes en los secretos que
correspondían a su nuevo estado.
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