|   Firmado por
      Antonio Ruiz Vega, Israel Lahoz Goig e Isabel Goig Soler acaba de aparecer
      el libro número 8 de la colección Cosas de Soria titulado "Juegos
      populares sorianos". Una publicación que no debe faltar en la
      biblioteca de cualquier soriano porque a través de sus más de doscientas
      páginas se hace un recorrido detallado y exhaustivo de muchísimos –dudo
      que se les haya podido quedar alguno- de los juegos que se practicaban
      antaño en nuestra provincia, algunos de ellos desaparecidos hace tiempo.
      El trabajo es de los que merece la pena y hay que felicitar a sus autores. 
       No obstante, con
      la mejor disposición de aportar algún dato que pueda resultar de
      interés, me parece oportuno hacer una serie de consideraciones sin duda
      conocidas por los autores y que aún lamentándolo no habrán tenido más
      remedio que obviar, por la amplitud y la complejidad de la materia
      abordada. Al del guá o las
      canicas, en la capital los chavales de la época conocían y denominaban
      como de las bolas. La expresión más frecuentemente usada por los chicos
      de los años cuarenta era la de "jugar a las bolas". En Soria
      capital se practicaba en todos los barrios. Las bolas, además de las que
      refieren los autores -las de acero procedían normalmente de cojinetes en
      desuso y en lógica consecuencia no eran las que más se utilizaban-,
      solían ser también de piedra -de tamaño ligeramente más pequeño que
      las de barro- pintadas de colores y más caras en el mercado, y en menor
      medida de cristal, que solían proceder de las botellas de gaseosa
      grandes, las de litro, que entonces las llevaban incorporadas en la parte
      superior, en el cuello para entendernos, con lo que lógicamente había
      que romper previamente el recipiente, que no era lo corriente porque los
      tiempos no estaban tirara nada. El juego de las
      bolas tenía varias modalidades. El más atrayente para los chicos era el
      del oillo entre otras razones porque era el más ágil en su
      desarrollo y el que permitía una participación más numerosa. Desde una
      distancia previamente determinada se lanzaban a un pequeño agujero cavado
      en la tierra, el oillo, generalmente ocho al mismo tiempo; según
      entraran más o menos, se ganaba o se perdía. Otra modalidad, cuyo nombre
      lamento no recordar, consistía en jugar con una sola bola que impulsada
      con el dedo pulgar tenía que ir de junta a junta bien de los adoquines de
      las aceras de las entonces calles vacías de coches bien de las anchas
      escaleras de acceso a algunas viviendas de las clases más pudientes de
      entonces. Aceras, había sobre todo unas al final de la calle de la Tejera
      subiendo desde la del Campo, en la zona más próxima a la iglesia de
      Santo Domingo, que eran las más solicitadas, sin duda porque reunían
      unas características idóneas para esta segunda variante que comentamos. Los autores
      hablan del juego de las chapas, no del que pese a estar prohibido no dejó
      de practicarse y al que nos referiremos también más adelante, sino de
      otro infantil que servía de entretenimiento a los chicos utilizando los
      tapones de las botellas de Coca-Cola y estampas de jugadores de fútbol.
      En realidad y para evitar cualquier connotación malévola con el otro,
      siempre se le conoció como el juego de los platillos. Y mucho antes que
      con futbolistas, los chicos de la posguerra lo hicieron con ciclistas, de
      tal manera que en las uniones de los canalones de desagüe de los tejados
      de las casas modelaban los cristales que posteriormente darían
      protección al cromo que se había introducido en la parte del platillo
      que queda oculta cuando está cumpliendo con su verdadera función que no
      es otra sino la de cerrar la botella y evitar que el líquido se derrame.
      Por cierto que el mayor surtido procedía también de las botellas de
      gaseosa, aunque en este caso de las pequeñas; la Coca-Cola no se conocía
      y la cerveza envasada, la de botellín, era un lujo. Bien, pues
      terminado de confeccionar el platillo, a jugar. A tal fin se pintaban con
      tiza en el suelo dos líneas semejantes a lo que es una carretera en la
      que no faltaban curvas pronunciadas, tramos rectos y desde luego puertos
      de montaña aprovechando el bordillo de los adoquines de la acera.
      Dados los muchos años transcurridos no recuerdo los pormenores del juego,
      únicamente que resultaba ganador el primero en llegar a la meta tras
      haber cubierto el recorrido y los obstáculos a salvar. Había verdaderos artistas.
      Y una curiosidad más. Al platillo se le daba una pequeña mano de masilla
      alrededor del cristal protector de la que utilizaban los cristaleros
      en las juntas de las ventanas de los edificios para asegurar la
      colocación, con el fin de que tuviera más peso y no quedara al libre
      albedrío de cualquier contingencia como una racha de viento que le
      pudiera desviar de la trayectoria que debía seguir o simplemente la
      inercia del eventual e improvisado corredor. 
       El corte de
      troncos se ha recuperado felizmente de unos años a esta parte, aunque por
      su indudable arraigo el Frente de Juventudes, en sus años de pujanza, se
      preocupó muy mucho de que no faltara en el calendario de actividades que
      organizaba con motivo de la fiesta anual de la Organización Juvenil. La
      competición, a la que acudían los mejores especialistas de la provincia,
      solía celebrarse en la Capital, en el campo de fútbol de San Andrés y
      en ocasiones en la plaza de toros, y asistía mucho público. Era
      individual y por parejas, según los casos. Los cortadores eran
      generalmente jóvenes trabajadores del monte que provistos de hachas
      normales o bien de doble hoja debían dar dos cortes al tronco que se
      colocaba siempre en posición horizontal. El que menor tiempo invertía en
      el corte había ganado. La supresión del Movimiento terminó con las
      fiestas de la Juventud y con el corte de troncos que posteriormente han
      revitalizado algunos ayuntamientos al incluirlo en su programación
      festiva. Efectivamente, el
      viejo trinquete de la calle Zapatería, que tengo entendido que todavía
      se conserva e incluso no hace mucho se habló de un plan para recuperarlo,
      fue el frontón por antonomasia. Saturio Martín Brieva estuvo muchos
      años al frente de él. Pero había quien prefería el frontón de San
      Andrés, hoy cubierto pero con importantes carencias que últimamente se
      vienen reivindicando para adecuar la cancha a las necesidades actuales del
      juego de la pelota, en el que se celebraban los partidos de fiestas; más
      tarde el de Tardelcuende cuando mediados los años setenta la Obra
      Sindical Educación y Descanso, que estaba a punto de pasar a mejor vida a
      consecuencia del cambio político operado en España, cerró la
      instalación para acometer la remodelación sin sentido que ha resultado
      de aquel proyecto tan ambicioso que vendieron entonces los voceros del
      Régimen, y desde luego el Polideportivo de la Juventud antes de cambiarle
      el suelo que le dejaron inservible, en el que llegaron a disputarse
      partidos de cesta punta siendo Jose Mari Barrón presidente de la
      Federación de Pelota. Claro que a la pelota se jugaba en la Capital
      aprovechando cualquier pared que los chicos encontraban idónea aún a
      riesgo de cometer algún desaguisado. El juego de las
      chapas, el prohibido para distinguirlo del que practicaban los chiquillos,
      siempre estuvo muy arraigado socialmente. Fue en el barrio de Las Casas y
      desde luego en Los Rábanos en las últimas localidades en que uno ha
      visto jugarlas con motivo de las fiestas patronales estando todavía
      prohibida su práctica. De esto no hace muchos años, cuando la Guardia
      Civil, sin duda por instrucciones superiores, hacía la ya vista gorda
      ante una realidad que no había quien la parara. No tengo información
      reciente sobre si se sigue o no jugando -Víctor de Marco, el último baratero,
      una figura clave en el juego de las chapas, en la práctica el que ponía
      las chapas, no el que jugaba, a cambio de recibir la propina del que
      ganaba la partida, no hace mucho que falleció-; lo que sí sé es que de
      estar prohibido ha pasado a estar legalizado. La Junta de Castilla de
      Castilla y León así lo acordó en la Ley del Juego de julio del año
      1998, aunque en estos momentos se encuentre todavía pendiente de
      regulación. Y un par de notas
      más. El juego que los autores denominan "tirar al pulso" se
      conoció en la capital con el nombre de "echar un pulso", con un
      desarrollo idéntico al que se describe en el libro. Y no sé si tendrá
      la consideración de juego popular soriano el llamado del arco, al que los
      chicos solían dedicar buena parte de su tiempo libre. El artilugio era
      muy simple. Se seccionaba longitudinalmente una caña de aproximadamente
      medio metro, que mediante la fijación de extremo a extremo de una cuerda
      adquiría forma curvada, de manera que una vez tensada ésta se proyectaba
      desde ella otro trozo de caña o similar, en este caso recto, con la
      finalidad de que llegara cuanto más lejos mejor. Pero entrañaba un
      peligro. Si se jugaba en las calles o plazas se corría el riesgo de
      terminar el cristal de alguna ventana, balcón o mirador con el
      consiguiente disgusto para el autor del desaguisado y, desde luego, del
      perjudicado que rara vez lograba identificar al autor de la fechoría.. ©
      Mari
      Carmen Sánchez (Publicado en el
    nº 8 de Cuadernos de Etnología Soriana) 
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